Monasterio de Santa Catalina, Arequipa: LA CIUDAD DEL SILENCIO

Muy temprano, cuando Lima todavía está a oscuras, salimos en busca de un nuevo viaje. Fue buena idea cargar las cosas desde la noche anterior. Así que, sin bulla ni mayor ajetreo ya estamos camino a Arequipa. Son mil doscientos kilómetros por recorrer. Se puede ir de largo, pero es preferible por cuestiones de seguridad hacerlo en dos etapas.
Arequipa es una de las ciudades más bellas del Perú y no exageramos si decimos de América Latina. Su arquitectura refleja muchas influencias previas. La mayoría de sus construcciones hechas en sillar volcánico, por lo que se gana el título de Ciudad Blanca. Hay mucho por ver, degustar y pasear. Pero, el mayor atractivo, es sin duda, el Monasterio de Santa Catalina de Siena. Una pequeña ciudad, dentro de la gran ciudad. Una bucólica estancia de colores llamativos que captura la mirada del visitante y le obliga a asombrarse con su historia.
Fundado en 1579, el monasterio guarda celosamente tras sus puertas y muros, la historia de muchas jóvenes que decidieron entregar su existencia a la reflexión y la oración, bajo el estricto régimen de clausura. Una guía nos acompaña por el solemne recorrido, mientras nos habla del estilo con el que fueron ganando altura sus paredes. Así, descubrimos que el encanto del lugar se debe a la fusión de la arquitectura colonial y la naturaleza mestiza de Arequipa. El arte labrado de los pórticos contrasta con la simpleza del interior de las celdas.
Otra de las particularidades son los colores con los que se diferencian las locaciones. El azul domina el claustro de los naranjos, mientras que las estrechas callejuelas nos ofrecen un rojo ocre. El blanco volcánico acompasaba las largas jornadas de abstracción para las novicias. Los detalles de macetas de flores colgantes y el empedrado de los pisos no hacen, sino agregarle aun, más belleza al paisaje.
La celda más famosa es la que perteneció a la beata Ana de los Ángeles Monteagudo. La austeridad del lugar nos evoca su santidad y al momento en el que ella renuncia a la buena posición de su familia, para acudir al llamado de Dios.
Así nos vamos despidiendo del hermoso complejo. Afuera, nos espera el bullicio de una gran ciudad como Arequipa. Al caminar cruzamos un arco en el que se ha tallado la palabra “silencio”. La guía nos dice que estamos por atravesar el patio elegido para la meditación. Ya no decimos más. El Monasterio de Santa Catalina de Siena nos ha dejado sin palabras.

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