“Tocayo; nos vamos a Bolivia”
El anuncio de Coco Sedano, aunque sonó solemne, lo tomamos con mucho entusiasmo. Conocer un país con el que compartimos tanto, siempre suena interesante. En 1989, Caminos del Inca modificó su ruta original para llegar hasta La Paz. Por primera vez en su historia, el rally más importante del Perú cruzaba la frontera y se convertiría en un festejo internacional. Y por supuesto, teníamos que cubrirlo.
Junto a nombres históricos nacionales como “Luchón” Alayza, Eduardo Dibos Silva, Gianni Galletti, Pedro Roca o Raúl Orlandini, estaban los bolivianos Armin Franulic, Oscar Crespo, José Camacho, Viktor de los Heros, Armando Paravicini, entre otros.
Un día antes de la partida, aseguramos cámaras, lentes y mochilas en la maletera de la Lada Niva y fuimos hacia la carretera central, donde haríamos las primeras tomas de la carrera. Coco había reemplazado el motor original de la camioneta rusa por un Nissan J16. Se le había hecho mejoras al carburador para soportar los drásticos cambios de altitud; así que, hasta el Cusco, llegamos sin novedad. Era una ruta que ya conocíamos.
Desde el ombligo del mundo inca, haríamos la expedición de Manco Capac, pero a la inversa. A la mitad del camino hacia Puno, nos encontramos con una hermosa sorpresa: Lampa. Dueña de una maravillosa arquitectura que se resume en la impresionante iglesia de Santiago Apóstol construida totalmente de piedra, esta ciudad transporta al viajero a un espacio atemporal y por momentos surrealista. Un momento para tomar aliento y volver recargados a lo nuestro.
Tras atravesar Juliaca y su incansable comercio, llegamos a Puno casi al anochecer. La idea era cruzar la frontera muy temprano a la mañana siguiente; así que se tomó la decisión de cambiar un cómodo hotel puneño, por un austero hospedaje en Yunguyo, distrito que, nos recibió con lluvia y truenos. Allí, en su acogedora Plaza de Armas, compartimos una botella de aguardiente con otros periodistas y equipos de auxilio que también seguían Caminos del Inca. El frío se encargó de recordarnos la altitud: 3,800 metros sobre el nivel del mar. El licor se encargó de hacernos olvidar el frío.
A las seis de la mañana ya desayunábamos con la emoción al tope. En particular, para mí, fue la primera vez que viajaba fuera del Perú. Volvimos a cargar el equipaje en la rusa Lada y salimos rumbo al paso fronterizo de Kasani. A nuestra izquierda, el Titicaca con toda su inmensidad, fue el paisaje irrepetible durante la totalidad del trayecto. En media hora aproximadamente, presentábamos la documentación respectiva y nuestro país nos despedía con la curiosa frase “Vuelva pronto” estampada en un letrero. Más allá, descubrimos ser los primeros del convoy racing que esperaba la apertura de la frontera. En señal de respeto, bajamos el volumen al rock en español de nuestra radio, para que los agentes bolivianos de migraciones icen y rindan honores a su bandera tricolor.
Ya en Bolivia, subimos a la rusa sobre una plataforma para navegar el Titicaca hasta el hermoso pueblo de Copacabana, con niños vestidos de mandil celeste corriendo al colegio. Hay momentos en que el lago navegable más alto del mundo simula la dimensión de un mar. Sus aguas azules se pierden en el horizonte, obsequiándole al visitante una vista sobrecogedora.
Unas cuatro horas de manejo nos esperaban hasta La Paz a través de una trocha tan dura que, había enviado a la deserción a varios coches de rally durante el día anterior. La rusa llegó mal herida al centro paceño. Sus problemas de carburación se acentuaron, pero lo más grave fue el daño en la suspensión que ponía en riesgo la continuación del viaje; así que fue internada en un taller de El Alto. Allí, el diagnóstico fue lapidario. La reparación demoraría casi dos días. Eso significaba que, nos perderíamos la cobertura por el resto de la competencia. El dueño del taller al notar nuestro desencanto nos invitó comida y a ver películas en su reproductor de VHS, mientras él trabajaba sin reposo debajo de la camioneta.
Las noches en El Alto son hermosas. Las estrellas parecen brillar más cerca. Observándolas desde la puerta del taller, pensaba en lo lejos que estaba de casa y fui invadido por una rara nostalgia. Miré alrededor y el mismo semblante se había instalado en todos. Por primera vez, Caminos del Inca se iba sin nosotros.
A la medianoche del día siguiente, la rusa estaba nuevamente operativa. El noble mecánico paceño había logrado el milagro.
El regreso al Perú fue por Desaguadero. Allí se pasa por un control aduanero que demora algunas horas. Decidimos ir hacia Moquegua para llegar a Lima por la Panamericana. Entre Santa Rosa y Torata, antes de llegar al campamento minero de Vizcachas, la rusa se ahogó. Bajamos a empujar y sin oxígeno casi ni podíamos mantenernos en pie. Coco al volante nos preguntaba por qué no se movía la camioneta, hasta que alguien le sugirió que lo comprobara por él mismo. Estuvimos casi una hora parados, intentando resucitar en medio de la nada. Más tarde, nos enteraríamos de que en ese tramo posiblemente hayamos bordeado los 5,200 metros sobre el nivel del mar.
Ya en la Panamericana Sur volvimos a la vida. La radio nos informaba que Caminos del Inca había terminado con el triunfo del cruceño José “Monín” Camacho, quien se convertía en el tercer extranjero en ganar después de Gunnar Palm y Tony Fall. Cuentan que la llegada se llenó de banderas rojas, amarillas y verdes, celebrando la victoria de su coterráneo. Paradoja. Mientras el ansiado trofeo se iba a Bolivia, nosotros volvíamos de allí cansados, pero con las mochilas llenas de experiencias inolvidables. De esas que sólo se viven cuando te das la vuelta a Caminos del Inca.
Han pasado 35 años de la vuelta más larga de todas y hasta ahora la comentamos con Coco Sedano. Más que una competencia automovilística, Caminos del Inca es un ritual que engrandece los espíritus. En medio de los problemas se presentan ángeles, como aquel mecánico boliviano de El Alto. Como esas personas que en la puna más alta aparecen con una soga para sacarte de allí. Como esos niños que sonríen cuando te dicen adiós con sus manos pequeñas. Caminos del Inca es una celebración que esperan los rudos hombres del campo para soñar a cien por hora. Que esperan periodistas y auxilios contemplando el cielo azul hasta que pase el primer coche. Es la felicidad interna que sientes, cuando frente a la Isla San Pedro te das cuenta de que falta poco para llegar a casa.
“Tocayo, ¿Vamos a Bolivia?”
Claro, pero ahora en avión, con nuestras familias e incluyendo además de La Paz, Sucre, Uyuni y por supuesto, la bella y moderna Santa Cruz de la Sierra. Creo que nos hemos ganado el derecho ¿No?
*Jorge Luis Garay. Comunicador audiovisual, guionista y docente universitario. Redactor de contenidos en Perú Off Road & Racing
FOTOS: Jorge “Coco” Sedano